miércoles, 2 de diciembre de 2009

Otro fragmento de algo por venir

Miguel abrió los ojos. El sol y la ligera lluvia besaban su cara. El olor de los olivos inundaba su nariz y el canto de un “chamachuelo” envolvía su entorno. Se encontraba en Jaén, su tierra natal. Se incorporó y enseguida vio la figura de su madre que lo llamaba a cenar. Era una mujer preciosa, morena, esbelta de ojos claros. Llevaba un vestido de lunares y unas sandalias veraniegas de color rojo.

-Miguel-gritaba- Tu padre te espera en la mesa.

La guerra ya se había iniciado y la tensión se respiraba en el ambiente. Miguel tenía doce años recién cumplidos. Llegó a la mesa y allí estaba Antonio, su padre. Antonio era un hombre corpulento, debido a toda una vida dedicada al campo, con un espeso bigote y un cabello negro azabache que ya empezaba a escasear. Antonio se crió en un orfanato, -soy hijo del viento- solía decir a sus compañeros, aunque en la más íntima soledad echaba en falta el cariño familiar nunca conocido. Conoció a Isabel en 1921 con dieciséis años, en una fiesta local. Se casó joven y joven también tuvo a su único hijo, Miguel.

-¿A qué huele el campo hoy, hijo mío?-dijo Antonio mostrándose intranquilo.

-A olivos-dijo Miguel.

Antonio no dijo nada, simplemente sonrió y acarició la cabeza de su hijo. Miguel notaba que su padre llevaba un tiempo extrañamente preocupado. Concretamente desde la sublevación de “los de azul” como les decía su padre. Miguel echaba en falta las muestras de cariño que le ofrecía su padre. De él aprendió los olores del campo, el nombre de los pájaros, el disfrutar de la viña. Echaba en falta cuando su padre le cantaba mientras él saltaba en su abdomen (obviamente lo hacía cuando era poco más que un bebé) o cuando juntos salían a pescar.

Su padre se levantó y sin mediar palabra se encerró en su habitación. No había cenado. Isabel, su mujer, recogió el plato y sin decir nada más se puso a recoger la mesa. Miguel salió de nuevo a la campiña y se estiró en el suelo. Empezó a pensar en los olores y en los pájaros y en un porque que diera motivo al comportamiento de su padre. Sin darse cuenta se había quedado dormido.

Dos orillas

La vida no nos trató como esperábamos,

Tú a la otra orilla de ese basto manto azul,

Yo en esta orilla de piedras que afilábamos

Con recuerdos que quedaron en un baúl.


El mar agita las suaves nubes de un cielo

Que tiempo atrás contemplamos.

El cielo mece las fuertes olas

Que tantos recuerdos trajeron.


Como velero ondeado por el viento

Busco tierra más allá de los espejos.

Preguntándome el porqué de tan lejos.

Sabiendo que nada detendrá su tiempo.


Así, entre espuma blanca de arena negra,

Llegan retazos de arena blanca,

Con matices oscuros de espesa espuma

Que busca rauda el alma sesgada.